Iniciando la década de los 50, llegaron a El Astor los especialistas en pastelería suiza, Emilio Leber y Alfredo Suwald, en atención al aviso de los esposos Baer, publicado en la prensa de su país, que solicitaba técnicos para trabajar en “famosa pastelería en Colombia”. Ellos aportaban sus conocimientos y participaban directamente en la supervisión y fabricación de los productos, y compartían gratos momentos con amigos nativos y europeos y otros grupos de escritores, artistas e intelectuales de la ciudad, frecuentes en las elegantes y bien atendidas mesas de El Astor. Unos años después, don Enrique Baer y su esposa hicieron socios a don Emilio Leber y don Alfredo Suwald, quienes continuaron como técnicos, no obstante su calidad de socios capitalistas.
Al cumplir sus 25 años de existencia, El Astor no sólo se conocía por su Salón de Té, sus célebres moritos, turrones, gran variedad de galletas, pasteles y helados, sino también por sus bizcochos de novia, productos especiales para la Navidad y el Día de la Madre, que hicieron famosa la repostería.
Para ese entonces, entre los jóvenes ya estaba acuñado el verbo “juniniar”, que hacía alusión a la cita que al final del día, especialmente los viernes, hacían los muchachos para encontrarse en las esquinas de Junín o en una mesa del Astor, y ver desfilar a las estudiantes de los prestigiosos colegios de La Presentación, El Sagrado Corazón o La Enseñanza.